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Vamos con algo de buen humor que nunca viene mal.

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Se trata de un relato que  de mi amigo el polifacético Jerónimo, además de buen pescador submarino, descrubriréis en esta entrada su bonita narrativa. Ver su blog, donde nos cuenta muchísimas y variadas cosas, domina la informática, dibuja verdaderas maravillas como veréis en sus muchos diseños, trabaja en telecomunicaciones, pero sobre todo ejerce de buen padre de un niño y dos lindas gemelinas.

Jerónimo, gracias por tu precioso relato que todos los pescadores con novia, esposa o amante hemos vivido de alguna forma. Aprovecharemos la ocasión para disculparnos ante nuestras chicas, pero que ellas también comprendan y respeten nuestra pasión por la mar. Con buena voluntad, hay tiempo para todo.

LA OPORTUNIDAD.

Habían discutido la noche anterior. Como casi todos los fines de semana en los que las condiciones del mar eran buenas para salir de pesca.

Marisa quería estar con Pedro. Y Pedro quería estar con el mar. Y a Marisa le parecía inaceptable que Pedro antepusiera su afición a su convivencia.

Esto no siempre había sido así. De hecho, Pedro nunca se había mostrado como un hombre muy amigo del deporte. Disfrutaba mucho más de la compañía de Marisa que machacándose en el gimnasio. Incluso en numerosas ocasiones ella tenía que insistirle para que no se abandonase en exceso al sedentarismo. Pero, en el fondo, estaba encantada de haberse casado con un hombre que la ponderaba por encima de todo y que estaba más pendiente de ella que de él mismo. Y además lo amaba tal como era, sin importarle si estaba más o menos fondón.

Pero hace dos años, Pedro conoció en una cena a un chico que practicaba la pesca submarina. Inmediatamente quedó cautivado por la pasión que ponía aquel hombre en sus relatos y se prendó de aquella evocación inagotable de aventuras y experiencias.

Al fin de semana siguiente y tras informarse de los oportunos trámites, adquirió un equipamiento completo.

Marisa no le prestó mucha atención en un principio. Es más, le pareció estupendo que Pedro por fin hubiese encontrado otra actividad que no fuese la de estar continuamente pendiente de ella. Ya se sabe que el amor se puede agotar de tanto usarlo.

Pero, por desgracia, pronto observó que aquello que en un principio calificó como pasatiempo,  se había transformado en una pasión desmesurada. O quizás, ya había nacido así.

Y Pedro no hablaba de otra cosa. Parecía que las veinticuatro horas del día viviese sumergido en su mundo y que éste solamente girase en torno al mar y la pesca. Y ella, que había sido su único centro, se vio relegada a una distancia que parecía agrandarse con los días. ¡Si por lo menos aquella pasión se debiera a otra mujer!, se decía Marisa, ella hubiera creído tener alguna oportunidad de recuperarlo. Pero contra aquello no sabía como luchar, así que empezó a rebelarse y cedió la razón al corazón.

A partir de entonces, la polémica se había instalado en aquella casa. Realmente parecía que la pesca había hecho huir al amor por la ventana. Y el tono y número de las discusiones habían crecido exponencialmente. Hasta que llegó el terrible momento en el que se acostumbraron a la confrontación y ya no se escuchaban.

Pero aquella noche había sido distinta. Seguir Leyendo…