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O «las elementas» están contra nosotros o vamos perdiendo reflejos con los años.

Nos desplazamos a primerísima hora mi amigo Avelino y yo hacia Querúas, buscamos el camino de la playa de Santa Ana y a la vez llegaban también unos profesionales del oricio, es decir, cotizan para ello y tienen permiso de la Dirección Gral. de pesca, pero no pueden usar elementos de buceo, claro. Sin más, nos cambiamos rápidamente y bajamos el gran precipicio de cerca de 100 m. en vertical en busca de grandes y hermosas lubinas.  Al entrar al agua, lucía un sol radiante y el cielo totalmente despejado.

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Pusimos todo lo que había que poner de nuestra parte… buenos equipos, el madrugón, ojo avizor, suaves movimientos, sin ruidos, buenas apneas. Qué encontramos, el agua a 13 grados y turbia hasta ver solo medio metro escaso en toda la playa, o sea, bajábamos totalmente a oscuras hasta llegar a la piedra del fondo y no ver nada comestible, solo algas y rocas, ni tan siquiera oricios. Al llegar a los bajos de una de las puntas de la playa, llegó una embarcación con 4 perceberos repartiéndolos  de una otra por lo que nuestra suerte estaba echada, si había alguna lubina adormilada, se espabiló con el ruido del motor y movimiento de la hélice.

Toda la playa tenía el agua muy tomada, lechosa, ni un metro de visibilidad.  Aleteamos hasta el otro extremo y allí vimos algo más de movimiento, alguna chopa de competición, me refiero a la velocidad que llevaban.

Mira que mira sí, bonitas grietas pero poco movimiento y bastante menudo. Terminamos saliendo con unos hermosos botones por llevar el justificante y dos sargos. Vimos algún abadejín, algunas obladas, centollos, pero las puñeteras lubinas no quisieron ni asomar para dejarse ver.

Arriba nos esperaba la benemérita y como 6 ó 7 coches, toda la gente a oricios. Al poco subían los deportivos, los profesionales y la autoridad, comprobando tamaños, la documentación y todos en regla.

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Terminarán vigilándonos hasta debajo del agua.

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Foto hecha al llegar, nueve y pico de la mañana, desde aquí ya solo quedarían bajar los 5o metros de vertical. El problema, subirlos y la inseguridad de la escalera.

Lástima que las lubinas que podrían andar por allí no probaran nuestro acero. Seguirán engordando, nosotros elegiremos otro día otro sitio y si puede ser a la pleamar, mejor, aunque uno va a la hora que puede y le dejan, en casa y la mar, no cuando se desea.