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02 de noviembre de 2015 – Ecólogos gallegos proponen limitar las capturas, aumentar la talla mínima e imponer épocas de veda para evitar el colapso de una especie de gran valor

Que la lubina salvaje es un bien escaso lo dice el precio que esta luce en la etiqueta del expositor de la pescadería. No es una situación exclusiva de Galicia, ni mucho menos. De hecho, el drástico descenso de las poblaciones de esta especie ya ha obligado a la Comisión Europea a adoptar medidas de emergencia y, entre otras restricciones, limitar la pesca tanto a los marineros profesionales en el Reino Unido, Irlanda y aguas del Canal de la Mancha, como a los pescadores deportivos, que desde enero pasado solo tienen autorización para capturar tres piezas por persona y día.

La situación es tan crítica que, al margen de las medidas dictadas por Bruselas, Irlanda ya decidió prohibir la pesca comercial de lubina en aguas de su competencia, y Reino Unido no descarta aplicar el año que viene más restricciones por su cuenta y riesgo si considera que las que dictan desde la UE no son suficientes o no son las más adecuadas, según su criterio.

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Resultados inciertos.

Por el momento se desconoce el impacto que tendrán sobre los stock de lubina las acciones de emergencia, y ni siquiera si se van a mantener o endurecer en próximos ejercicios. Pero, según cálculos de la propia Comisión, las medidas adoptadas reducirán alrededor del 40 % de los desembarques medios reconocidos en la UE (de 5.668 a 3.456 toneladas). El problema reside precisamente en esos reconocidos. Según Alejo Carballeira, catedrático de Ecología de la Universidade de Santiago de Compostela (USC), para gestionar y predecir la evolución de la población es fundamental conocer cómo progresa la biomasa reproductora y la tasa de mortalidad, natural y por pesca. Esta última se calcula a partir de las estadísticas de desembarcos y «en algunos casos se comprobó que se registraban menos del 20 % de las capturas reales». Y no siempre por ocultar datos, como a veces se reprocha a la flota, sino porque la normativa de muchos Estados no obliga a declarar el desembarco. Es el caso del Reino Unido, donde los buques de menos de diez metros no tienen que anotar las capturas inferiores a 50 kilos y ahí se pierden muchas toneladas.

Los biólogos del ICES (Consejo Internacional para la Exploración del Mar) rebajan el optimismo de Bruselas y advierten de que, a pesar de esa drástica reducción de las capturas -gracias a la veda impuesta para el arrastre pelágico durante la época de desove, la limitación de capturas y el aumento de la talla mínima de 36 a 48 centímetros-, se estaría todavía muy lejos de conseguir la explotación sostenible de la especie y para esquivar la necesidad de imponer una veda total, el ICES calcula que habría que reducir un 80 % las capturas, hasta quedar en 541 toneladas y, por supuesto, mantener la veda durante la reproducción de la especie.

Sin restricciones. Por ahora, las aguas gallegas se han librado de las duras restricciones impuestas a la pesca de la lubina salvaje. Pero Carballeira, desde la USC, apela a la responsabilidad de sector y Administraciones y recomienda que se adopten medidas preventivas «antes de llegar a una situación crítica de la población ibérica de nuestra icónica lobita», como el catedrático prefiere referirse a la robaliza, adoptando el apelativo derivado de su denominación francesa: loup de mer.

El ecólogo de la USC aboga por trasladar a aguas gallegas los límites a la pesca comercial y deportiva impuestos en Irlanda, Francia y el Reino Unido. «Vigilar y hacer cumplir la ley poniendo multas y castigos ejemplares es necesario, pero no suficiente, porque de poco sirve si se pescan ejemplares inmaduros, ovados o si no se limita la captura», explica Carballeira, al que le cuesta entender que haya cupos para la sardina, jurel o la xarda y no para especies menos abundantes y económicamente más valiosas por sus características culinarias y deportivas, como la lubina.

Tan hermosa como delicada, la robaliza puede llegar al metro de largo y 15 kilos

Dicentrarchus labrax es el nombre científico de una especie de la que el año pasado se descargaron en Galicia casi 300 toneladas y por las que se ingresaron 3,5 millones de euros: lubina en castellano, robaliza en gallego o seabass, en inglés. El catedrático Alejo Carballeira explica que su nombre vernáculo es griego (Labraki) y expresa la suerte percibida por un pescador que atrapa este pez. Ahora ya es solo por su escasez, pero es que, además, la lobita «es hermosa, astuta y luchadora, de ahí su gran interés deportivo». Tan hermosa como delicada, dice Carballeira, pues se deteriora fácilmente si no se captura con anzuelo.

Es una especie de crecimiento lento y larga vida. Puede superar el metro de largo y los 15 kilos de peso, siempre que viva más de 15 años. La especie soporta un amplio rango de salinidades y de temperaturas. Por lo que tiene de eurihalina, su hábitat se extiende desde aguas libres costeras a más de cien metros de profundidad a las desembocaduras de los ríos. Y por lo que tiene de euriterma (soporta temperaturas de entre 5 y 28 grados) madura sexualmente más o menos. En el Atlántico tarda 4 o 5 años en poder reproducirse, cosa que hace una vez al año.

Pocas alcanzan la madurez sexual a los 42 centímetros y, sin embargo, la talla mínima legal es de 36 centímetros. Solo si se sube a 48, la mayoría tendría la oportunidad de madurar y desovar al menos una vez antes de ser capturada. Además, con la edad se hace más fértil. Para que la fecundación sea efectiva, antes de realizar la puesta, las lobitas se reúnen formando grandes cardúmenes en las denominadas zonas de reproducción. La Voz de Galicia

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