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Ya hemos hablado aquí de los beneficios de las algas marinas y sus muchas aplicaciones.

El día dos de julio, comienza aquí en Asturias la campaña de recogida (arrancándolas del fondo) con buenas perspectivas, precio/kilo más elevado y también hay muchos bueadores contratados, eso sí con una normativa de seguridad para estas actividades que años atrás no tenían, entre otras medidas, además del narguilé como equipo semiautónomo, deberán llevar una botella de al menos 10 litros, para emergencias, ordenador obligatorio de buceo, boya señalización de subida (de descompresión).

Aquí el artículo que me pasan de este emprendedor.

Antonio Muiños no viste con bata ni trabaja en un laboratorio rodeado de microscopios. Comenzó en una pequeña conservera gallega de 100 metros cuadrados que se vio obligada a abandonar el sector de las setas debido a la fuerte competencia de empresas internacionales, sobre todo de China. Entonces entró en juego la imaginación y la I+D. «Estudiamos las posibilidades que teníamos y vimos que en el mundo de las algas había un mercado interesante», asegura Muiños a EL MUNDO.

Su discreto local se convirtió en poco tiempo en uno de los mayores focos de conocimiento sobre algas. Empezó estudiando su ecología y caracterizando especies a las que, hasta entonces, nadie había prestado atención. En algo más de una década, descubrió sus valores gastronómicos, aprendió a cultivarlas y su empresa ganó diversos premios de innovación y de I+D. Así nació su empresa Portomuiños. Hoy vende 15.000 kilos de algas al año, factura cerca de tres millones de euros y da empleo directo a 25 personas, más el que genera de forma indirecta.

El camino no fue precisamente de rosas. «Al principio, apostamos por trabajar con wakame y espagueti de mar, pero el primer año no conseguimos el permiso para recoger algas. La segunda temporada sí nos lo dieron y después de eso estuvimos dos años y medio de pruebas hasta que pudimos vender la primera alga», asegura el emprendedor.

Esfuerzo humano y económico. La historia de Antonio no es un caso aislado en España. Numerosos emprendedores impulsan una idea sacada de un laboratorio y en pocos años se hacen con un hueco importante en los mercados internacionales. Y ocurre en España, no en California o en Hong Kong.

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En el sector de la biotecnología, por ejemplo, el empleo ha crecido más de un 37% y ha generado, en plena crisis, más de 40.000 empleos en 2009, según los últimos datos de Asebio. La cifra de negocio de las más de 1.000 empresas españolas es de más de 53.000 millones de euros y crece a un ritmo vertiginoso, en ocasiones, por encima del 70% anual.

Pero, la historia personal de cada compañía de I+D en España es la historia de un gran trabajo científico y de un enorme esfuerzo humano y económico. «Al principio poníamos el nombre científico ‘Undaria pinnatifida’ en los envases, pero la gente buscaba wakame, no ‘Undaria pinnatifida’ aunque sea lo mismo. Así que tuvimos que tirar los estuches y hacerlos de nuevo«, dice Muiños. «Hemos trabajado muy duro para crear una cultura, de la primera partida de 1.000 kilos, vendimos 50 y regalamos 950 kilos».

Su aventura empresarial y de innovación coincidió con un buen momento de la hostelería y, gracias a su trabajo, las algas de Galicia se convirtieron en una referencia en Europa. Muiños reconoce que la I+D es la clave del éxito de su empresa. «Tuvimos que aprender qué algas tienen interés, estudiar su ecología y determinarlas para poder desarrollar el cultivo y domesticarlas», explica. En siete años, han sacado 80 productos nuevos, han tenido éxito en el cultivo de siete especies y mantienen cerca de 15 proyectos de investigación. «Con la crisis no crecemos, pero aguantamos», dice Antonio Muiños. EL MUNDO

 

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