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Niños empleados ilegalmente y explotados en viejos bajeles pesqueros fallecen ahogados y enredados en sus propias redes mientras intentan esquilmar bancos pesqueros del arrecife de coral Filipino. Mediante técnicas centenarias ya prohibidas, como el Muroami, se obliga a los infantes a sumergirse en grupo y a pulmón libre para rodear a mano con las redes los bancos de pesca. A pesar de la prohibición del Gobierno Filipino de 1986, cuando 100 cuerpos pre púberes aparecieron entre las redes y mezclados con sus presas, todavía hoy se ve pescar así.

Fragmento de la película «Muro-ami» (Reef hunters) basada en los hechos reales.

El muroami es una técnica pesquera de principios de siglo XX y de origen japonés que avanzó con la expansión Japonesa y penetración económica en el sudeste Asiático y Filipinas. Nació como una técnica artesanal para capturas reducidas y en las que sólo eran necesarios pequeños barcos y 15 buzos para desplegar las redes. Posteriormente, y debido al crecimiento exponencial de la demanda post-guerra y a la pobreza de la zona, su adaptación en el archipiélago Filipino derivó en la sobreexplotación de mano de obra (infantil) y en el uso de embarcaciones obsoletas, oxidadas y muy poco preparadas, capitaneadas por empleadores sin escrúpulos que no dudaban en embarcarse con 300 niños a su servicio para escapar de la pobreza.

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La técnica consiste en sumergir una gran bolsa-red con dos alas abiertas de casi 100 metros cada una y decoradas con colores llamativos y tiras de plástico. La bolsa permanece en el fondo sujeta por varios buceadores que se relevan a pulmón libre mientras el resto (hasta grupos de 300 niños) van recorriendo las alas y golpeando el suelo del arrecife con piedras y palos (destruyendo con ello los corales) para atraer y asustar a los peces y conducirlos al interior de la bolsa. Los niños trabajan con la única protección de unas gafas caseras de madera, a 25 metros de profundidad, luchando contra el pescado y el agotamiento y rozando los límites de su resistencia. La red se echa unas diez veces por jornada, permaneciendo  largos periodos con en el agua, como mínimo, hasta el cuello.

La fase más complicada y peligrosa corresponde a la izada del apresamiento. En el último instante, y antes de la subida a cubierta, la mayoría de los buceadores despejan de piedras y conchas la bolsa red todavía en el fondo marino. Es el momento de los enredos y accidentes, cuando las tensiones de la red recogen el espacio y disminuyen las escapatorias de peces y buceadores.  Muchos de ellos se enganchan en las viejas mallas podridas supeditando su supervivencia a la pericia de algún atento compañero.

Fragmento del interesantísimo documental  «Pescando en Filipinas»

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=UMqwaqBQUwA&eurl[/youtube]

Los accidentes son muy frecuentes. Amputaciones por los tirones de la red, sorderas por las presiones del agua y, sobre todo, ahogamientos por una mala izada. Los niños trabajan en buques innavegables, apestosos, insalubres y hacinados con hasta 400 compañeros de entre 7 y 17 años que vendieron su destino por un insignificante estipendio.

Las desorganizadas expediciones esquilman las especies y arruinan los arrecifes de coral a su paso, destruyendo también la principal fuente de alimento de sus presas e interfiriendo en el sistema comunal de los pequeños grupos pesqueros costeros.  A veces, las campañas las componen varios barcos. La flota puede llegar a permanecer hasta 10 meses fuera de puerto con un barco nodriza que lleva la carga con hielo a puerto y se encarga de las provisiones. El escorbuto suele ser entonces polizón malavenido en los buques.

En 1986 los caladeros de la costa de la isla Panlaitan en Busuanga (Palawan) se convirtieron en un joven cementerio improvisado de niños que no pudieron escapar de las mismas redes que tejieron para sus explotadores. El gobierno filipino prohibió entonces el muroami, en un vano intento de detener la explotación infantil. Todavía hoy se pesca con éstas y otras técnicas  destructivas como la dinamita, el cianuro y los cócteles molotov en zonas de la costa de Cebú, en las Visayas Filipinas y en Karimunjawa. Organizaciones internacionales como ILO (International Labour Organitation) y WWF (World Wildlife Fund)  llevan años denunciando estas prácticas

Quedo sin palabras.

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