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Las submarinistas coreanas de la Isla Jeju siguen en activo a los 90 años

Los secretos longevos de ‘las novias del mar’

Practican a diario la pesca submarina, lo hacen a pulmón libre, con equipos de neopreno pretéritos, temperaturas heladoras, gafas simples y muchos decenios en el cuerpo.

  • JUAN FORNIELES Jeju (Corea del Sur) 

El mar es vida y trabajar bajo la blanca espuma de las olas también. La longevidad la hemos anclado a la dieta mediterránea y a su aceite de oliva, al pescado crudo y al arroz hervido de los platos japoneses. También al deporte moderado, al sueño de calidad, al sexo entusiasta y, últimamente, a la nueva aspirina de la respiración llamada ‘mindfulness’, la meditación que nos lleva a disfrutar del tiempo presente. Pero las verdades nunca son absolutas.

He tenido que coger tres aviones y viajar más de 15 horas para sortear estos tópicos y conocer a las ‘haenyeo’, las buceadoras eternas de la Isla Jeju (Corea del Sur) y tratar de pescar en esas aguas revueltas los secretos de su longevidad. Practican a diario la pesca submarina, lo hacen a pulmón libre, con equipos de neopreno pretéritos, temperaturas heladoras, gafas simples y muchos decenios en el cuerpo. Son 4.500, van de los 50 a los 90 y tantos años y trabajan de por vida, o para lograr más vida. Quién sabe.

La primera cita con ellas la tengo en dique seco. Estamos en una sala de un modesto ayuntamiento de un pueblo de Jeju y como intermediario tengo al señor Han, una especie de líder vecinal, que dice haberme facilitado esta entrevista porque es un gran seguidor del Real Madrid -¡Florentino Pérez, gracias!- y porque los españoles le parecemos gente de bien.

Frente a mí encuentro a tres jóvenes ‘haenyeo’: las señoras Moon Kyung-ok (57 años y 37 pescando), Lee Eun Hwa (68 años, 50 sumergiéndose) y Park Yeong Yeol (65 años, 46 como buceadora).

Las tres están bronceadas y no tienen ni una sola arruga. Sonrisa activada y cuerpo descansado porque están disfrutando de una parada biológica. La temporada arranca en noviembre, así que andan concentradas en cultivar las coles chinas de sus huertos y en recoger las primeras mandarinas de sus árboles porque el otro 50% de su vida activa es la tierra.

PRIMER SECRETO: Vida espartana. Se levantan a las 6 y desayunan fuerte, pero «nada de picante ni de kimchi -col fermentada-, ni de alimentos salados porque nos afectan pulmonarmente». Se acercan al puerto, se embuten en sus sufridos y viejos trajes de neopreno y se alejan de la costa. Mínimo, un kilómetro. Más lejos cuanto más jóvenes. Regresan a las 12, comen, trabajan en casa o en el huerto y cenan a las 21. A soñar y vuelta a empezar.

SEGUNDO SECRETO: Sin miedo. Salvo que haga muy mala mar, a las siete llega la hora de ajustarse las gafas, que de tan simples parecen caseras, y de ponerse a bucear. Ni las fuertes corrientes, ni la presencia de tiburones o de peces agresivos parece impresionarlas. Su instinto y el ir en grupo las mantiene protegidas.

TERCER SECRETO: Nada de hombres. Las ‘haenyeo’ están casadas y son abuelas, pero tienen algo muy claro: «En el mar mandamos nosotras». Su profesión se remonta al XVII y arrancó como un modo de subsistencia. A falta de maridos (iban a la guerra) y acosadas por las malas cosechas, tuvieron que plantar cara al mar y arrancarle sus entrañas. Y así hasta ahora.

CUARTO SECRETO: Alimentar la mística. Las buceadoras de la Isla Jeju se sienten servidoras del Dios del Mar (Yong Wang Shin). Antes de meterse en el agua cantan en agradecimiento (ver vídeo) y el 8 de marzo celebran una fiesta en honor al Neptuno coreano. Nada de sexo durante una semana, vestidos blancos y peticiones a pie de costa para que la temporada «vaya bien, sin accidentes y llena de abundancia». También adoran a Yeongdeung Halmang, la Diosa de los Vientos.

QUINTO SECRETO: La respiración. Las ‘haenyeo’ emplean una técnica especial para manejar el dióxido de carbono en los pulmones y aguantar cinco horas bajo el agua, con inmersiones de dos minutos. Además, son capaces de bajar a fondos marinos que están a 15 metros para pescar o recoger las algas que luego ennoblecerán las sopas de las mesas coreanas. Eso sí, nada de darse importancia o de explicarme paso a paso esta técnica de descompresión. «Es una cuestión natural, fruto de la experiencia y de ir agrandando la capacidad pulmonar». Las mujeres bajan, llenan su red con las capturas y suben volando. Arriba, cuelgan su botín de una boya o lo dejan en una barca. Descansan como máximo un minuto y vuelta al buceo.

SEXTO SECRETO: Vivir el trabajo como un ‘hobby’ sin límite de edad. Las señoras Park, Moon y Lee lo tienen muy claro: su compromiso es de por vida. «En nuestro grupo, la más mayor tiene 86 años y siempre sale a pescar. Se ha acostumbrado, es su manera de vivir. Si no sale, enferma y así, hasta la muerte». En los últimos cuatro años, ha muerto una media anual de nueve submarinistas mientras estaban pescando. Un fin que no las altera lo más mínimo: «Es más fácil trabajar y estar en el mar que en la tierra». Esto lo llevan a tal extremo que hay casos de partos en el agua porque algunas van a faenar aunque hayan salido de cuentas.

SÉPTIMO SECRETO: Nada de dispersarse. La espiritualidad que atraviesa Occidente induce a pensar que las mujeres de Jeju filosofan mucho durante sus inmersiones. Nada de eso. Ni quieren divagar, ni tienen tiempo en su trabajo contrarreloj ni les parece rentable: «Cuando estamos en el mar, sólo pensamos en traer más marisco y algas para poder ganar dinero.

OCTAVO SECRETO: Salud de hierro. Su estilo de vida, la genética y el estar todo el día en el mar no les debilita ni les provoca un reuma derivado de la permanente humedad y del frío que cala sus huesos. «Estamos más fuertes que nuestros maridos, física y psicológicamente», dicen con un punto de orgullo en su mirada.

NOVENO SECRETO: Independientes económicamente. Las mujeres de Jeju manejan sus ingresos y sus ahorros. «Podemos ganar de 13.000 a 22.000 euros anuales, dependiendo de las mareas, de los paros biológicos y de la capacidad de cada una». Esta capacidad las dota de un rol familiar mucho más protagonista que en el común de las familias coreanas, donde el hombre sigue ejerciendo de gran proveedor económico y de la seguridad. Estos ingresos sumados a los seguros de vejez las convierten en adultas económicamente muy por encima de la media de los pensionistas coreanos.

DÉCIMO SECRETO: Juntas pero muy independientes. Las ‘haenyeo’ faenan en grupo, pero salvo cuando van a lo que ellas llaman «campos de cultivo», la mayor parte de las veces «cada una se ocupa de sus capturas. Subimos, bajamos y si lo que hemos pescado es demasiado pequeño, lo devolvemos al mar».

UNDÉCIMO SECRETO: Resistirse a los cambios técnicos. En Jeju, pasan de las tendencias y de los reclamos que invaden las revistas de buceo. Hasta la década de los 70 -sólo hace 45 años-, buceaban con ropa de algodón y calcetines. Incluidos los meses de primavera, otoño e invierno. Pasaban tanto frío en el agua que, a veces, sólo podían sumergirse durante un máximo de dos horas. La dureza era tal que el Gobierno coreano tuvo que subvencionarles los primeros trajes de neopreno y, por lo que se ve, parece que perduran hasta ahora.

Ver a las ‘haenyeo’ en plena acción es todo un espectáculo. Genio, determinación y ni un solo miedo en la mirada. En sus ajustados trajes de goma se adentran en el mar para traer el pan a sus familias y para llenar sus platos. Día tras día. Este colectivo de longevas, de las mujeres más ZEN que he conocido, está muy orgulloso de su estilo de vida y del reconocimientO que se les presta, pero quieren que muera con ellas. Ya no quieren transmitir su técnica a sus nietas. «Preferimos que estudien y acaben en una oficina de Seúl».

En fin, algo mal deberemos estar haciendo cuando quienes pasamos horas y horas estresados y trabajando entre cuatro paredes, ansiamos vivir en el mar y poder disfrutar de muchos años a todo pulmón. Mientras tanto, quienes viven esta experiencia y se aferran a ella, acaban ansiando la vida urbana que ven por TV para sus descendientes. El mundo al revés.

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02 de noviembre de 2015 – Ecólogos gallegos proponen limitar las capturas, aumentar la talla mínima e imponer épocas de veda para evitar el colapso de una especie de gran valor

Que la lubina salvaje es un bien escaso lo dice el precio que esta luce en la etiqueta del expositor de la pescadería. No es una situación exclusiva de Galicia, ni mucho menos. De hecho, el drástico descenso de las poblaciones de esta especie ya ha obligado a la Comisión Europea a adoptar medidas de emergencia y, entre otras restricciones, limitar la pesca tanto a los marineros profesionales en el Reino Unido, Irlanda y aguas del Canal de la Mancha, como a los pescadores deportivos, que desde enero pasado solo tienen autorización para capturar tres piezas por persona y día.

La situación es tan crítica que, al margen de las medidas dictadas por Bruselas, Irlanda ya decidió prohibir la pesca comercial de lubina en aguas de su competencia, y Reino Unido no descarta aplicar el año que viene más restricciones por su cuenta y riesgo si considera que las que dictan desde la UE no son suficientes o no son las más adecuadas, según su criterio.

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Resultados inciertos.

Por el momento se desconoce el impacto que tendrán sobre los stock de lubina las acciones de emergencia, y ni siquiera si se van a mantener o endurecer en próximos ejercicios. Pero, según cálculos de la propia Comisión, las medidas adoptadas reducirán alrededor del 40 % de los desembarques medios reconocidos en la UE (de 5.668 a 3.456 toneladas). El problema reside precisamente en esos reconocidos. Según Alejo Carballeira, catedrático de Ecología de la Universidade de Santiago de Compostela (USC), para gestionar y predecir la evolución de la población es fundamental conocer cómo progresa la biomasa reproductora y la tasa de mortalidad, natural y por pesca. Esta última se calcula a partir de las estadísticas de desembarcos y «en algunos casos se comprobó que se registraban menos del 20 % de las capturas reales». Y no siempre por ocultar datos, como a veces se reprocha a la flota, sino porque la normativa de muchos Estados no obliga a declarar el desembarco. Es el caso del Reino Unido, donde los buques de menos de diez metros no tienen que anotar las capturas inferiores a 50 kilos y ahí se pierden muchas toneladas.

Los biólogos del ICES (Consejo Internacional para la Exploración del Mar) rebajan el optimismo de Bruselas y advierten de que, a pesar de esa drástica reducción de las capturas -gracias a la veda impuesta para el arrastre pelágico durante la época de desove, la limitación de capturas y el aumento de la talla mínima de 36 a 48 centímetros-, se estaría todavía muy lejos de conseguir la explotación sostenible de la especie y para esquivar la necesidad de imponer una veda total, el ICES calcula que habría que reducir un 80 % las capturas, hasta quedar en 541 toneladas y, por supuesto, mantener la veda durante la reproducción de la especie.

Sin restricciones. Por ahora, las aguas gallegas se han librado de las duras restricciones impuestas a la pesca de la lubina salvaje. Pero Carballeira, desde la USC, apela a la responsabilidad de sector y Administraciones y recomienda que se adopten medidas preventivas «antes de llegar a una situación crítica de la población ibérica de nuestra icónica lobita», como el catedrático prefiere referirse a la robaliza, adoptando el apelativo derivado de su denominación francesa: loup de mer.

El ecólogo de la USC aboga por trasladar a aguas gallegas los límites a la pesca comercial y deportiva impuestos en Irlanda, Francia y el Reino Unido. «Vigilar y hacer cumplir la ley poniendo multas y castigos ejemplares es necesario, pero no suficiente, porque de poco sirve si se pescan ejemplares inmaduros, ovados o si no se limita la captura», explica Carballeira, al que le cuesta entender que haya cupos para la sardina, jurel o la xarda y no para especies menos abundantes y económicamente más valiosas por sus características culinarias y deportivas, como la lubina.

Tan hermosa como delicada, la robaliza puede llegar al metro de largo y 15 kilos

Dicentrarchus labrax es el nombre científico de una especie de la que el año pasado se descargaron en Galicia casi 300 toneladas y por las que se ingresaron 3,5 millones de euros: lubina en castellano, robaliza en gallego o seabass, en inglés. El catedrático Alejo Carballeira explica que su nombre vernáculo es griego (Labraki) y expresa la suerte percibida por un pescador que atrapa este pez. Ahora ya es solo por su escasez, pero es que, además, la lobita «es hermosa, astuta y luchadora, de ahí su gran interés deportivo». Tan hermosa como delicada, dice Carballeira, pues se deteriora fácilmente si no se captura con anzuelo.

Es una especie de crecimiento lento y larga vida. Puede superar el metro de largo y los 15 kilos de peso, siempre que viva más de 15 años. La especie soporta un amplio rango de salinidades y de temperaturas. Por lo que tiene de eurihalina, su hábitat se extiende desde aguas libres costeras a más de cien metros de profundidad a las desembocaduras de los ríos. Y por lo que tiene de euriterma (soporta temperaturas de entre 5 y 28 grados) madura sexualmente más o menos. En el Atlántico tarda 4 o 5 años en poder reproducirse, cosa que hace una vez al año.

Pocas alcanzan la madurez sexual a los 42 centímetros y, sin embargo, la talla mínima legal es de 36 centímetros. Solo si se sube a 48, la mayoría tendría la oportunidad de madurar y desovar al menos una vez antes de ser capturada. Además, con la edad se hace más fértil. Para que la fecundación sea efectiva, antes de realizar la puesta, las lobitas se reúnen formando grandes cardúmenes en las denominadas zonas de reproducción. La Voz de Galicia